Publicado el 2012-03-29
Mitos africanos
Roberto Correa Wilson
Múltiples son los mitos que nutren el imaginario de los pueblos de Africa acerca del origen de las especies, el sol, la luna, los fenómenos naturales, y esa variedad se debe a la diversidad de tribus en cada uno de los países. En muchas poblaciones se tenía en gran estima todas las narraciones de sus antepasados y aún cuando determinados territorios fueran invadidos por otros pueblos de costumbres e ideas diferentes, nunca dejaron que sus mitos se perdieran.
Tampoco se
perdieron- aunque muchos se olvidaron- en América, cuando a partir del
siglo XV fueron llevados los africanos por traficantes para
Tampoco se
perdieron- aunque muchos se olvidaron- en América, cuando a partir del
siglo XV fueron llevados los africanos por traficantes para venderlos a
dueños de plantaciones de caña de azúcar, algodón o minas a fin que
trabajaran como esclavos.
Naturaleza sagrada
Los pueblos africanos tenían hacia los fenómenos naturales, el sol,
la luna, las estrellas, las montañas, los ríos, los mares y los árboles
cierto respeto sagrado. Todo estaba personificado y vivo y por doquier
surgían ídolos, fetiches, talismanes, brujos, hechiceros y magos.
En las fábulas de ciertas tribus de Senegal, se muestra que las dos
luminarias, tanto el sol como la luna, estaban consideradas como
superiores a los demás astros. El brillo, el calor y la luz que se
desprenden del astro rey impiden que seamos capaces de mirarlo
fijamente; en cambio, la luna se puede contemplar con insistencia, sin
que los ojos sufran daño alguno.
El primitivismo de las historias ancestrales de los pueblos de
Africa meridional entronca con una especie de animismo que les hace
adorar a los árboles porque pensaban que, en un tiempo muy lejano,
fueron sus antepasados.
Lo mismo sucedía con los animales, con el añadido de que se les
asociaba con cierta clase de esoterismo, el cual conducía a la creencia
de que los muertos se aparecerían a los vivos, precisamente en forma de
animales. El culto a los muertos se hallaba muy extendido, y se
consideraba obligatorio brindarles ofrendas.
De este modo la muerte siempre fue tabú, es decir, algo que no debía
ni mencionarse pues, de lo contrario, podrían sobrevenir terribles
castigos a los infractores de tal precepto. Cuando alguien moría, todos
los demás abandonaban el lugar de marras para que la desgracia no les
alcanzara como al finado. Son muy frecuentes las narraciones sobre la
muerte y existen varios mitos acerca del origen de tan tremendo mal en
algunas tribus del área meridional.
En el valle del río Níger, el fetichismo se encuentra muy extendido
y de entre sus pobladores surgen muchos magos y hechiceros, encargados
de dirigir el culto al ídolo y de ofrecerle los distintos sacrificios;
también tienen el don de predecir el futuro y de pronunciar oráculos.
La creación
Muchos pueblos africanos cuentan con numerosos mitos para explicar
el origen de la especie y han elaborado curiosos relatos sobre la
creación del primer hombre y la primera mujer. La narración de los
hechos aparece repleta de fantasía.
Así se cuenta que hubo un tiempo en que el ser superior Mulukú -en
las poblaciones centroafricanas a la deidad suprema se le conocía con
el nombre de Woka-, se propuso hacer brotar de la tierra a la primera
pareja de la que todos descendemos.
Mulukú, que era sembrador por excelencia, hizo dos agujeros en el
suelo; de uno surgió una mujer; del otro, un hombre. Ambos gozaban de
la simpatía y el cariño de su Hacedor y este decidió enseñarles todo lo
relativo a la tierra y su cultivo.
Les proveyó de herramientas para cavar y preparar el suelo, y para
cortar y podar árboles. Puso en sus manos semillas de mijo a fin de
sembrar en la tierra y les mostró la manera de vivir por sí mismos, sin
depender de otras personas.
Sin embargo, se cuenta que la primera pareja de nuestra especie
desatendió todos los consejos que la deidad les había dado y
abandonaron las tierras, las cuales terminaron convirtiéndose en
eriales y campos yermos.Así, la primera pareja consumó su
desobediencia, y su Hacedor los trastocó en monos.
La fábula relata que Mulukú montó en cólera y arrancó la cola a los
monos para ponérsela a la especie humana. Al propio tiempo ordenó a los
monos que fueran humanos y, a los humanos, monos. Depositó en estos su
confianza, mientras se la retiraba a los humanos.
Poder de los espíritus
Algunas tribus de pescadores y campesinos que moraban en las riberas
del Níger vieron dañada su idiosincrasia por otros pueblos,
especialmente musulmanes; sin embargo, las creencias y la fuerza de sus
mitos no perdieron apenas prestancia.
Siguieron adorando a los espíritus y genios que moraban en la
naturaleza, a quienes se hacía necesario aplacar y mantener contentos
para que las cosechas no se agotaran y la pesca fuera abundante.
El aire, la tierra y el río estaban plagados de espíritus -lo cual
implica el concepto animista que de la naturaleza tenían los
africanos-, a quienes se acudía y se invocaba cuando se necesitaba una
ayuda superior.
Había también ciertas historias en las que aparecía el polífago
gigante Maka, quien para satisfacer su insaciable apetito necesitaba
devorar animales tan enormes como los hipopótamos, y cuando se disponía
a saciar su sed algunos de los lagos cercanos se veían seriamente
mermados.
Muchos investigadores explican que, para la comprensión del mundo
africano, se hace necesario conocer el universo de los mitos creados
por los pueblos con el decursar del tiempo
venderlos a
dueños de plantaciones de caña de azúcar, algodón o minas a fin que
trabajaran como esclavos.
Naturaleza sagrada
Los pueblos africanos tenían hacia los fenómenos naturales, el sol,
la luna, las estrellas, las montañas, los ríos, los mares y los árboles
cierto respeto sagrado. Todo estaba personificado y vivo y por doquier
surgían ídolos, fetiches, talismanes, brujos, hechiceros y magos.
En las fábulas de ciertas tribus de Senegal, se muestra que las dos
luminarias, tanto el sol como la luna, estaban consideradas como
superiores a los demás astros. El brillo, el calor y la luz que se
desprenden del astro rey impiden que seamos capaces de mirarlo
fijamente; en cambio, la luna se puede contemplar con insistencia, sin
que los ojos sufran daño alguno.
El primitivismo de las historias ancestrales de los pueblos de
Africa meridional entronca con una especie de animismo que les hace
adorar a los árboles porque pensaban que, en un tiempo muy lejano,
fueron sus antepasados.
Lo mismo sucedía con los animales, con el añadido de que se les
asociaba con cierta clase de esoterismo, el cual conducía a la creencia
de que los muertos se aparecerían a los vivos, precisamente en forma de
animales. El culto a los muertos se hallaba muy extendido, y se
consideraba obligatorio brindarles ofrendas.
De este modo la muerte siempre fue tabú, es decir, algo que no debía
ni mencionarse pues, de lo contrario, podrían sobrevenir terribles
castigos a los infractores de tal precepto. Cuando alguien moría, todos
los demás abandonaban el lugar de marras para que la desgracia no les
alcanzara como al finado. Son muy frecuentes las narraciones sobre la
muerte y existen varios mitos acerca del origen de tan tremendo mal en
algunas tribus del área meridional.
En el valle del río Níger, el fetichismo se encuentra muy extendido
y de entre sus pobladores surgen muchos magos y hechiceros, encargados
de dirigir el culto al ídolo y de ofrecerle los distintos sacrificios;
también tienen el don de predecir el futuro y de pronunciar oráculos.
La creación
Muchos pueblos africanos cuentan con numerosos mitos para explicar
el origen de la especie y han elaborado curiosos relatos sobre la
creación del primer hombre y la primera mujer. La narración de los
hechos aparece repleta de fantasía.
Así se cuenta que hubo un tiempo en que el ser superior Mulukú -en
las poblaciones centroafricanas a la deidad suprema se le conocía con
el nombre de Woka-, se propuso hacer brotar de la tierra a la primera
pareja de la que todos descendemos.
Mulukú, que era sembrador por excelencia, hizo dos agujeros en el
suelo; de uno surgió una mujer; del otro, un hombre. Ambos gozaban de
la simpatía y el cariño de su Hacedor y este decidió enseñarles todo lo
relativo a la tierra y su cultivo.
Les proveyó de herramientas para cavar y preparar el suelo, y para
cortar y podar árboles. Puso en sus manos semillas de mijo a fin de
sembrar en la tierra y les mostró la manera de vivir por sí mismos, sin
depender de otras personas.
Sin embargo, se cuenta que la primera pareja de nuestra especie
desatendió todos los consejos que la deidad les había dado y
abandonaron las tierras, las cuales terminaron convirtiéndose en
eriales y campos yermos.Así, la primera pareja consumó su
desobediencia, y su Hacedor los trastocó en monos.
La fábula relata que Mulukú montó en cólera y arrancó la cola a los
monos para ponérsela a la especie humana. Al propio tiempo ordenó a los
monos que fueran humanos y, a los humanos, monos. Depositó en estos su
confianza, mientras se la retiraba a los humanos.
Poder de los espíritus
Algunas tribus de pescadores y campesinos que moraban en las riberas
del Níger vieron dañada su idiosincrasia por otros pueblos,
especialmente musulmanes; sin embargo, las creencias y la fuerza de sus
mitos no perdieron apenas prestancia.
Siguieron adorando a los espíritus y genios que moraban en la
naturaleza, a quienes se hacía necesario aplacar y mantener contentos
para que las cosechas no se agotaran y la pesca fuera abundante.
El aire, la tierra y el río estaban plagados de espíritus -lo cual
implica el concepto animista que de la naturaleza tenían los
africanos-, a quienes se acudía y se invocaba cuando se necesitaba una
ayuda superior.
Había también ciertas historias en las que aparecía el polífago
gigante Maka, quien para satisfacer su insaciable apetito necesitaba
devorar animales tan enormes como los hipopótamos, y cuando se disponía
a saciar su sed algunos de los lagos cercanos se veían seriamente
mermados.
Muchos investigadores explican que, para la comprensión del mundo
africano, se hace necesario conocer el universo de los mitos creados
por los pueblos con el decursar del tiempo
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